Las sociedades cambian constantemente. Podríamos coger plazos de mínimo 10 años para observar y apreciar todas las transformaciones que son capaces de producirse en ese lapso de tiempo. Lo cierto es que es sabido que no todas esas transformaciones son para bien, en el sentido de que sean de ayuda y de beneficio para toda la población en general. Un claro ejemplo sería lo que estamos viviendo hoy en día, donde por primera vez en la historia podríamos ir más hacia atrás con los cambios que se están produciendo que hacia delante como era la tendencia hasta ahora.
Tampoco es que esto sea una realidad absoluta, ya que habrá gente que lo pueda percibir distinto. Y lo cierto es que aquí está el quid de la cuestión. Cuando algunas personas viendo las transformaciones que está tomando la sociedad en la que viven deciden por convicción propia apartarse de la misma tenemos una ruptura social, un contrato que se rompe, ya que unos individuos por X o por Y motivo ya no aguantan la presencia de otros individuos con los cuales convivían hasta hacía poco.
Los Padres del Desierto (las Madres del Desierto en el caso de las mujeres) llegaron a ser testigos vivos de que en el mundo y en la fe hay más de lo que los ojos ven. Con su pobreza, sencillez y entrega, cuestionaron y desafiaron a los creyentes que escuchaban sus relatos. Cuestionaban, calladamente, la complacencia de los cristianos contemporáneos y los invitaban a dar en sus vidas la primacía a Dios. Lo hicieron para encarnar un ideal más alto que la griega «paideia» (que era la formación o «construcción de virtudes») alcanzando así la perfección humana. No dejaron nunca, sin embargo, de vigilar para no caer en las trampas de la presunción y de la vanagloria.
Sinclética de Alejandría (una de las Madres del Desierto más famosas) cita una comparación entre un habitante de la ciudad con un solitario del desierto, con el fin de dar a entender que tanto en la ciudad como en el desierto uno puede llegar a Dios siempre que viva a fondo su llamada:
«Es posible ser un solitario en la mente y vivir en medio de una muchedumbre y es posible para un solitario vivir en la multitud de sus propios pensamientos».
—Sinclética de Alejandría (Madre del Desierto).
EL ORIGEN DE LOS PADRES DEL DESIERTO
Entre los siglos III y VI d.C innumerables monjes poblaron los desiertos de Siria y de Egipto. El desierto ejercía una fascinación singular sobre las personas que querían emprender un camino espiritual. En aquella época, el desierto era considerado la morada de los demonios y los monjes querían derrotar a las fuerzas de las tinieblas en su propio reino, para hacer brillar en él la luz de Cristo. Creían que a través de su ascesis (conjunto de prácticas y hábitos que sigue el asceta para conseguir la perfección moral y espiritual) el mundo podría devenir más luminoso e íntegro.
Si bien esta explicación es acertada para los pocos monjes que lo practicaban en el siglo III siguiendo «la llamada del desierto», los famosos Padres del Desierto nacerían a comienzos del siglo IV, por la tolerancia al cristianismo que tomó el Imperio Romano con el «Edicto de Milán». El resultado de este nuevo acuerdo fue la confusión y el desconcierto en aquellos que se habían aceptado a sí mismos como extraños en este mundo, además que al normalizarse su situación y sus creencias veían que poco a poco estas se estaban desvirtuando y alejando de sus principios originales.
Thomas Merton, escritor católico, escribió:
«Debería parecernos mucho más extraño de lo que parece, que esta paradójica huida del mundo alcanzó sus mayores dimensiones cuando el ‘mundo’ se convirtió oficialmente en cristiano».
—Thomas Merton, The Wisdom of the Desert (1960).
Para los Padres del Desierto, la perseverancia y la entrega a la llamada de Dios era una meta importante que alcanzar y, para ello, había que pagar un alto precio. Un precio que evidentemente no se veía una vez que pararon las persecuciones a los cristianos y se normalizó sus creencias en la sociedad romana del momento.
Para entender mejor este choque de individuos cristianos por los nuevos cambios que se produjeron es de ayuda el siguiente relato:
«Hay un momento en que San Francisco de Asis se encuentra con el Cardenal John y los dos se abrazan. Se pueden imaginar la escena, Francisco con su túnica de pobreza y el cardenal vestido elegantemente. Sin embargo, cuando se abrazan, se dan cuenta de que comparten el mismo corazón y devoción por el Señor. Sin embargo, uno está llamado a las tentaciones de la pobreza y el otro a las tentaciones de la riqueza o, dicho de otra manera, uno está llamado a las tentaciones del desierto y el otro a las tentaciones de la ciudad».
Elizabeth Goudge - My God and My All: The Life of St. Francis of Assisi (1959).
Los Padres y Madres del Desierto se retiraron a las afueras de las ciudades y a los desiertos de Egipto, Siria y Palestina para reflexionar sobre el significado de tal cambio y encontrar una forma diferente de ser cristiano en el mundo.
EL MOVIMIENTO EREMÍTICO
Un día hacia el 270 d.C un hombre llamado Antonio Abad, que rondaba los veinte años, escuchó durante la misa y la lectura del Evangelio una «invitación» de Jesús:
«Una sola cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo. Luego ven y sígueme».
Marcos 10:21- La Biblia NVI (1973).
Antonio creyó que las palabras iban dirigidas directamente a él, por lo que, inmediatamente después de la misa, hizo una donación a los aldeanos de las posesiones heredadas de sus padres (que habían fallecido hacía 6 meses escasos y tenían trescientas parcelas fértiles y muy hermosas), con el fin de evitar toda inquietud para sí y para su hermana. También vendió todos sus bienes muebles y repartió entre los pobres la considerable cantidad resultante de esta venta, reservando solo una pequeña parte para su hermana.
Habiendo vuelto a entrar en la iglesia, oyó otras palabras del Evangelio:
«Por lo tanto, no se angustien por el mañana, el cual tendrá sus propios afanes. Cada día tiene ya sus problemas».
Mateo 6:34 - La Biblia NVI (1973).
Saliendo otra vez, dio a los necesitados incluso lo poco que se había reservado, ya que no soportaba que quedase en su poder ni la más mínima cantidad. Encomendó su hermana a unas vírgenes que él sabía que eran de confianza y cuidó de que recibiese una conveniente educación; en cuanto a él, a partir de entonces, libre ya de cuidados ajenos, emprendió en frente de su misma casa una vida de ascetismo y de intensa mortificación.
Parece ser que en su retiro no solamente encontró a Dios, sino también consigo mismo. Cabe destacar que al no estar muy apartado de la población hay reportes de gente que pasaba por allí y podía escuchar voces de un mismo hombre discutiendo. Por otra parte, Antonio era bastante hábil con las manos y lo que ganaba con ellas lo destinaba parte a su propio sustento, parte a los pobres.
Finalmente, llegó un punto por el cual Antonio ya no estaba satisfecho con permanecer tan cerca de la sociedad y la «llamada del desierto» era cada vez mayor.
Es así como Antonio Abad dedicó el resto de su vida al ayuno y a la oración, viviendo una vida de pobreza para la gloria de Dios completamente apartado de la civilización. Su santidad se hizo ampliamente conocida y, durante la persecución de cristianos por el emperador Diocleciano, estos se sintieron atraídos por el desierto como una forma de escapar del mundo y vivir una vida cristiana privada. Así que para asentar las nuevas ideas y acciones del desierto en los nuevos integrantes construyó su primer monasterio.
Con esto el primer Padre del Desierto había nacido y junto con su lucha espiritual todo un movimiento de masas: el movimiento eremítico.
PABLO DE TEBAS: EL PRIMER ERMITAÑO CRISTIANO
Pablo de Tebas nació alrededor del año 227 d.C en la Tebaida de Egipto. Quedó huérfano junto con su hermana a la edad de quince años y se tuvo que esconder durante la persecución a los cristianos del emperador romano Decio. A los veintidós años, por si no fuera poco la persecución del Imperio, fue obligado a exiliarse al desierto para poder eludir un plan orquestado por su cuñado, que pretendía informar a las autoridades de su condición de cristiano y de ese modo obtener el control de su propiedad.
Pablo pronto descubrió que la vida eremítica era de su gusto personal, por lo que permaneció y vivió en las montañas del desierto, específicamente en una cueva cercana a un manantial que contaba con una palmera, cuyas hojas le proporcionaron ropa y cuyo fruto le proporcionó su única fuente de alimento hasta los 43 años, cuando entonces un cuervo empezó a traerle media barra de pan al día. Permanecería en esa cueva el resto de su vida, falleciendo con más de cien años.
Si es conocido este «Padre del Desierto forzado» es porque en su lecho de muerte fue visitado por Antonio Abad alrededor del año 342 d.C. Supuestamente a Antonio se le reveló en un sueño la existencia de este ermitaño mayor y fue a buscarlo. Conversaron durante un día y una noche. La siguiente vez que Antonio lo visitó, Pablo ya estaba muerto. Así que Antonio lo vistió con una túnica que era un regalo de Atanasio de Alejandría y lo enterró, supuestamente, con la ayuda de dos leones.
Después de esto Antonio regresó a su monasterio llevando consigo la túnica tejida con hojas de palma de Pablo «el Ermitaño». Honraba tanto esta túnica que solo la usaba dos veces al año: en la fiesta de Pascua y en el Pentecostés.
LA GRAN LLAMADA DEL DESIERTO
Como comentaba anteriormente, con el «Edicto de Milán» se había conseguido cambiar la situación de los cristianos para con el Imperio Romano. Cierto es que dos años antes el emperador Galerio, a escasos 5 días de morir, promulgo el «Edicto de Tolerancia de Nicomedia», que básicamente ponía punto final a las medidas represivas contra los cristianos que se habían tomado en su día por el emperador Diocleciano, además de darle al cristianismo el estatus de religión permitida en las provincias del Danubio y de los Balcanes. Aun así, el «Edicto de Milán» consiguió ser el punto de inflexión que consagró totalmente la libertad de cultos, colocando al cristianismo en igualdad con otras religiones del Imperio. Lo que dio poder a las instituciones cristianas para lograr en el 380 d.C el «Edicto de Tesalónica», que fue decretado por el emperador romano Teodosio I, mediante el cual el cristianismo niceno se convirtió en la religión oficial del Imperio romano.
Pero esta normalización in crescendo del cristianismo dentro del mayor imperio de la historia no gusto a todos los cristianos por igual, es por ello que cada vez más hombres y mujeres se unían a Antonio Abad en su retiro. El viaje al desierto de estas personas fue un movimiento hacia una mayor conciencia de la presencia de Dios y el reconocimiento de que los placeres mundanos traen poca satisfacción a largo plazo. Su objetivo era experimentar a Dios en cada momento y para ello condicionaban su actividad reduciendo sus necesidades y comprometiéndose con la disciplina de la oración regular y la introspección.
Sin embargo, dentro de los Padres del Desierto se pueden ver dos tipos de monjes: en primer lugar, aquellos que se iniciaban en el ascetismo cristiano reuniéndose en grupo para después, si se quería, tomar una vida exclusivamente solitaria y, en segundo lugar, aquellos que directamente se volvían ermitaños.
EL MONAQUISMO
Algunos de estos Padres y Madres del Desierto se juntaban en pequeños grupos, lo que ocasionó que por todas partes surgieran las «grutas», que eran celdas monacales a cierta distancia unas de otras, donde se ejercían distintas actividades y que pasado cierto tiempo su integrante podía dejarla libre para llevar una vida totalmente solitaria del resto. El primer caso de este tipo lo tenemos en el año 323 d.C, donde el abad Pacomio (que fue discípulo de Antonio Abad) fundó el monasterio Tabennisi, en una isla del Nilo al norte de Tebas (Egipto).
Mientras que los ermitaños apenas se relacionaban unos con otros, Pacomio fue el primero en crear una comunidad de estos monjes (en este aspecto se adelantó a Antonio). Así surgieron grandes monasterios de hasta más de mil monjes rígidamente organizados, modelo para todos los que luego, tanto en Oriente como en Occidente, irían apareciendo poco a poco por todas partes. Hasta que con la fundación de Benito de Nursia, en Montecasino, alcanzaron su apogeo histórico. En estos monasterios vivieron conscientemente su fe cristiana en comunidad recordando su nostalgia por la primitiva Iglesia, aquella comunidad que era como afirma San Lucas:
«Todos los creyentes tenían un solo corazón y una sola alma, y nadie llamaba propia cosa alguna de cuantas poseían, sino que tenían en común todas las cosas».
Hechos 4, 32.
Hay que aclarar que no inventaron la vida ascética, sino que adoptaron sus prácticas de otros movimientos religiosos. Podemos concluir que sin el conocimiento de la ascesis, su peculiar vida en el desierto hubiera terminado en trastornos psicológicos y en demencia. Los monjes tomaron la sabiduría y la experiencia que ascetas de todas las religiones y que círculos filosóficos habían acumulado ya anteriormente. Solo así pudieron permanecer en continua soledad, vigilancia y en constante búsqueda de Dios para alcanzar de ese modo un gran conocimiento del ser humano y un verdadero rastro de su deidad.
Especial mención aquí a la filosofía griega. Ya que numerosas ideas y prácticas de los monjes del desierto se asemejaron, por ejemplo, a las de los pitagóricos. La vinculación de la ascesis con la mística es típicamente griega. El mismo vocabulario ascético, tan rico, procede en gran parte de la filosofía helénica. Así, palabras como «asceta», «anacoreta» (retirado del mundo), «monje» (monakos, esto es, uno que se separa), «cenobio» (comunidad de monjes) y muchas otras.
Entendieron lo que era necesario, e innecesario, para establecer una nueva sociedad apartada de la otra.
LOS ERMITAÑOS
Los ermitaños, por su parte, no eran unos individualistas pragmáticos ni negativos, ni siquiera rebeldes contra la sociedad del momento. Simplemente creían que sus propios valores eran suficientes para gobernarse a sí mismos y a su vez proporcionarse un compañerismo humano. Aunque reconocían la autoridad titular de los obispos, para ellos estos estaban «lejos» y tenían poco que decir.
Se buscaron a sí mismos, rechazando el falso «yo» que se había fabricado socialmente para con el mundo. Aceptaron fórmulas dogmáticas de la fe cristiana, pero sin controversia, en sus formas más simples y elementales. Pero mientras que los monjes o cenobitas que vivían en los monasterios cercanos también concibieron las fórmulas como andamios necesarios para su crecimiento espiritual, los ermitaños eran completamente libres de ajustarse solo a la secreta, oculta e inescrutable voluntad de Dios que podía diferir muy notablemente de una «gruta» a otra de un monasterio.
El ermitaño tuvo que perderse en una realidad trascendente y misteriosa, pero interior, lo que le «obligaba» a apartarse de cualquier individuo. Es así como Merton critica la vida de esos Padres del Desierto en los monasterios y, afirma, que aunque los monjes abandonen la sociedad del «mundo» (la que podríamos llamar la sociedad «normal»), se ajustan después a la sociedad en la que ingresan (la de los monasterios), con sus propias normas y convenciones, reglas y sanciones. Si bien muchos ermitaños del desierto alguna vez fueron monjes, abandonaron la sociedad monástica y establecieron un nuevo camino de «originalidad fabulosa» con el que nada contemporáneo en el cristianismo se puede comparar.
Su humilde soledad y silencio les hizo obtener la libertad, sin embargo, los ermitaños del desierto son retratados frecuentemente como fanáticos ascéticos y no se suele ver que era gente humilde, tranquila, sensata y con un profundo conocimiento de la naturaleza humana. Su mundo hervía en controversia, pero mantuvieron la boca cerrada, no porque fueran ignorantes o carentes de opinión, sino porque se volvieron como el desierto, sin ofrecer nada a los ignorantes salvo un silencio discreto y distante.
ACCIONES DE LOS PADRES DEL DESIERTO
Los Padres del desierto hablaban del deseo sexual, la envidia, la codicia, los celos, el odio y las debilidades humanas más complejas. Nos dejan ver con alarmante claridad la profundidad de nuestra depravación como humanos y los laberintos de nuestros abismos internos, es por ello que realizaban las siguientes prácticas para alcanzar el máximo de virtudes.
SEPARACIÓN DEL MUNDO
La separación física de la sociedad como retirada estratégica. Una conciencia de la importancia del camino interior, el claustro del corazón, la soledad, el escondite del Ser.
PRÁCTICAS ASCÉTICAS
Pobreza, castidad, obediencia, estabilidad, abnegación, silencio, soledad, cultivo de la lectio divina. En resumen, es un entrenamiento para la vida que necesita una razón de ser. Buscar a Dios, conocerse a sí mismo para vivir mejor.
ASPIRACIÓN MÍSTICA
Conciencia de Dios como misterio y la búsqueda del mismo. Tener un enfoque contemplativo de la vida y oración donde se necesita una «conciencia del desierto».
APLICACIÓN DE SUS ENSEÑANZAS ACTUALMENTE
El «extremismo» llevado a cabo por los Padres del Desierto en su búsqueda personal de Dios y de sí mismos ha sido palpable a lo largo de la presente publicación, pero tal vez se pueda sacar algo de utilidad de todo ello para hacer en nuestro presente de una forma más «accesible» para todo el mundo.
Tengo en mente, y así lo quiero hacer constar ya en esta entrada, el hacer otra publicación sobre como los antiguos ascetas consiguieron por su forma de vida y de ser, en la mayoría de los casos, una esperanza de vida mucho mayor con respecto a sus contemporáneos corrientes. Lo cierto, es que la privación de ciertas cosas en un mundo altamente consumista debería, en teoría, ofrecer un amplio surtido de beneficios para el individuo.
OFRÉCEME UNA PALABRA
Esta tradición de los Padres del Desierto de pedir una palabra era una forma de buscar algo sobre lo que reflexionar durante muchos días, semanas, meses o, a veces, toda la vida. La «palabra» era a menudo una frase corta para nutrirse y desafiarse lentamente para desarrollarse como humanos.
Es por ello que cualquier cosa que escuchemos, ya sea por la calle o por un amigo, que pueda brillar por encima de otras palabras banales, es motivo suficiente para tener un momento de reflexión personal.
Un monje del desierto visitó una vez a Basilio el Grande y le dijo: «Habla una palabra, padre»; y Basilio respondió: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón»; acto seguido el monje se fue de inmediato. Veinte años después regresó y dijo: «Padre, he luchado por cumplir tu palabra; ahora dime otra palabra»; y Basilio dijo: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo»; y el monje regresó en obediencia a su celda en el desierto para guardar eso también.
The Sayings of the Desert Fathers: The Alphabetical Collection (1975).
LA CELDA INTERIOR
Ya hemos visto como los Padres del Desierto que vivían bajo el monaquismo habitaban las famosas «celdas» conocidas como «grutas». Esas celdas son un concepto en sí mismas para ese camino espiritual de cada uno. La celda externa es una metáfora de la celda interna, un símbolo del trabajo profundo del alma necesario para estar completamente despierto. Es el lugar donde entramos en plena presencia con nosotros mismos y con todas nuestras voces, emociones y desafíos internos. Se nos anima a no abandonarnos en el proceso mediante distracciones u otros estímulos.
Es por ello que para este caso uno se debería comprometer a pasar un tiempo en soledad y en silencio durante media hora mínimo cada semana. Si no se tiene una habitación disponible donde se pueda cerrar la puerta para tener privacidad, entonces un paseo por el bosque o por un parque será suficiente. Desconectar el teléfono y cualquier aparto electrónico y cuando se note cierta incomodidad o se tenga ganas de ir a hacer otra cosa es cuando uno a de comprometerse y obligarse a permanecer allí donde uno esta y sentir compasión consigo mismo.
EL CORAZÓN COMO CENTRO DEL CAMINO
Para los Padres del Desierto el corazón era la fuente de las palabras y las acciones. Lo consideraron un órgano que centra las dimensiones físicas y espirituales de la vida humana. Vieron el corazón como el centro de nuestro ser, el lugar donde encontramos a Dios más íntimamente y, llegaron a la conclusión, de no entregar su corazón a las cosas o personas que no lo satisfacen. Parece elemental, pero sin embargo, como seres humanos, todos los días entregamos nuestro corazón a cosas que no nos satisfacen ni renuevan. Tomamos decisiones que nos alejan de nuestras pasiones y deseos más profundos. No estamos en el aquí ni en el ahora, que a efectos físicos es lo único que de verdad tenemos en nuestro poder.
Es por ello, que en el tiempo de soledad semanal que hemos visto en el apartado anterior, se reflexione en particular sobre dónde está nuestro corazón en alineación con los deseos que poseemos y si de verdad estamos haciendo lo que queremos o lo que los demás quieren que hagamos.
LA HUMILDAD DE SER PRINCIPIANTE
San Benito nos aconseja recordar siempre que solo somos principiantes en el camino espiritual. En el momento en que pensamos que lo tenemos todo resuelto, más nos alejamos del camino espiritual porque no emprendemos nuevos quehaceres y el aburrimiento se apodera de nosotros. Cada momento nos ofrece la oportunidad de sentar una nueva base.
Es por ello que los Padres del Desierto nos recuerdan que cada vez que sentimos que no estamos progresando o que deberíamos estar más lejos en nuestro camino, es cuando debemos recordar que siempre somos principiantes en esta vida. La próxima vez que uno se compare con los demás o renuncie a su práctica habitual por un período de tiempo, debe regresar suavemente con humildad y compasión y hacer el compromiso de comenzar de nuevo, como un principiante.
CONCLUSIÓN FINAL
Al igual que ocurre con la filosofía existencialista, donde podemos encontrar tanto una variante ateísta como una variante cristiana, en el ascetismo encontramos algo similar. Sin embargo, es interesante este último porque aunque la búsqueda del asceta sea puramente el encuentro de un Dios o de una perfección metafísica todas sus vivencias y acciones se complementan.
Los Padres del Desierto fueron unos ascetas formidables, desde los puramente ermitaños hasta los monjes de los monasterios (que vivían más o menos en soledad a pesar de su unión). Su individualismo no fue un impedimento para crear una «comunidad descentralizada» ya sea de una forma intencional o no.
Muchos santos que conocemos fueron Padres del Desierto o practicaron ese ascetismo tan característico para complacer/acercarse a Dios. Su influencia se puede sentir en todo el mundo, ya que como digo, no inventaron el ascetismo, pero sí que hicieron escuela con ello. Esa escuela que se caracteriza por el ayuno, la penitencia y el silencio. En un mundo lleno de numerosas tentaciones terrenales y ruido (esto es prácticamente desde la creación del contrato social entre los hombres), los Padres del Desierto son un faro de luz que llaman a vivir de manera diferente, pero sin hacer el esfuerzo de dejar en evidencia a la sociedad dormida tal y como hacían los antiguos filósofos griegos, puesto que el desierto invita a la introspección extrema del individuo.
Los Padres del Desierto posiblemente sean de los ascetas más optimistas de la historia, pues en sus ideas se deja claro que ni tu pasado ni tu futuro es preocupante siempre que te encuentres a ti mismo y a Dios. Eran unos hombres (y mujeres) que han sido recordados no por el final que alcanzaron, sino por todo el peregrinaje que hicieron en vida para alcanzar aquel objetivo que tuvieron, pues ni las persecuciones de los romanos, ni sus desacuerdos con otros cristianos importaban ya llegados a cierto punto, simplemente vivir el camino hacia el objetivo espiritual marcado.
Ya que he comenzado esta gran publicación citando a Thomas Merton quiero acabar con unas palabras finales de su obra sobre estos hombres. No solo porque las comparta personalmente sino también porque creo que esconden mucha actualidad en ellas:
«Quizás sería demasiado decir que el mundo necesita otro movimiento como el que llevó a estos hombres a los desiertos de Egipto y Palestina. La nuestra es sin duda una época de solitarios y de ermitaños. Debemos liberarnos, a nuestra manera, de involucrarnos en un mundo que se hunde en el desastre. Pero nuestro mundo es diferente al de ellos. Nuestra participación en él es más completa. Nuestro peligro es mucho más desesperado. Nuestro tiempo, quizás, es más corto de lo que pensamos».
— Thomas Merton, The Wisdom of the Desert (1960).
Prefacio de Thomas Merton: Hermitary.com
San Pablo «el Ermitaño»: Catholic.org
Padres del Desierto #1: La sabiduría de los Padres del Desierto de Anselm Grün (Introducción) (PDF)
Padres del Desierto #2: El camino a través del desierto de Anselm Grün (Introducción) (PDF)
Padres del Desierto #3: Aleteia.org
Padres del Desierto #4: Goarch.org
Los Padres del Desierto y el monaquismo: Northumbriacommunity.org
Prácticas de los Padres del Desierto: Uscatholic.org