Poca gente hay en el mundo que no conozca el nombre de Sócrates. Nombre que abarca a algo más que a un simple filósofo, tanto es así que la historia de la filosofía divide a los «filósofos» que hubo antes de los que vinieron después de su muerte. Sin duda es un detalle muy interesante para alguien que no plasmaba sus pensamientos en papel y poco le importaba, en principio, perdurar en el tiempo.
Sin embargo, durante su vida, Sócrates desarrolló una actitud y una manera de filosofar curiosas, consiguió crear un grupo de jóvenes y fieles seguidores a la par que amigos, pero a su vez se creó un malestar en todo tipo de ciudadanos que se iba encontrando en la calles de Atenas, que llegado el momento se organizarían para poner fin a sus populares discusiones.
Sócrates de una forma u otra, o por un motivo u otro, destacó, y alguien que destaca de la forma que destacaba el filósofo es un peligro para el sistema en el que vive, tanto en su tiempo como en los sucesivos.
¿COMO SE HA LLEGADO A FORMAR UN JUICIO CONTRA UN FILÓSOFO?
Un día del año 399 a. C., el filósofo Sócrates se presentó ante un jurado de 500 de sus compañeros atenienses acusado de «negarse a reconocer a los dioses reconocidos por el Estado» y de «corromper a la juventud», tenía 70 años en ese entonces. Si era encontrado culpable; su pena podría ser la muerte. El juicio tuvo lugar en el corazón de la ciudad, los jurados se encontraban sentados en bancos de madera rodeados por una multitud de espectadores. A los acusadores de Sócrates, tres ciudadanos atenienses, se les asignaron tres horas para presentar su caso, después de lo cual, el filósofo tendría tres horas para defenderse.
¿CULPABLE O INOCENTE?
La respuesta obvia parece ser que es inocente en ambos aspectos: adoraba a los dioses establecidos, nunca introdujo a ninguno nuevo, era un «buen» ciudadano en muchos sentidos, sirvió en el ejército, etc. Por lo demás predicaba valores «subversivos» a los jóvenes con el interés de que tuvieran un sentimiento crítico.
Si bien es cierto que Sócrates tenía creencias religiosas bastante poco convencionales para la época; creía que tenía una «voz divina» por la cual Apolo se comunicaba con él, por ejemplo, también desafió a las instituciones tradicionales, como las de la democracia establecida, y gran parte de su enseñanza, aunque no remunerada, fue para los jóvenes.
Por otra parte, algunos mencionan que esas acusaciones son una pantomima, y lo que de verdad interesaba era castigarle por los actos cometidos de dos antiguos alumnos suyos, Alcibíades y Critias, ya que estas dos personas pertenecieron al «gobierno de los treinta tiranos» que sumieron Atenas en un ambiente opresivo. Esto es bastante curioso, ya que las acciones de unos antiguos alumnos que hacen por voluntad propia y en perfectas condiciones algo que repercute a los demás de manera negativa no es motivo justificable que se deba por culpa de un maestro en su vida, más cuando Sócrates fue uno de los muchos maestros que tuvieron, además de que se tiene constancia que bajo dicho gobierno le tuvieron que llamar la atención a Sócrates alguna que otra vez por sus «criticas» hacía el mismo.
Al final, pese a no estar claro, el juicio de Sócrates representa una especie de colisión trágica entre dos oponentes, Atenas y Sócrates, el acusador y el acusado, quienes tenían reclamos justificables, solo que de maneras diferentes e irreconciliables.
SÓCRATES EN EL JUICIO
Atenas era una comunidad mediterránea cerrada que veía en cada novedad una amenaza al orden establecido. Fue esta combinación entre participación democrática y miedo religioso la clave del proceso judicial. Sócrates, en definitiva, sufrió la desconfianza de sus contemporáneos, a los que les disgustaba su actitud hacia Atenas y su religión establecida.
Por su parte, Sócrates usó en su defensa su técnica preferida: responder con preguntas a las acusaciones inquisitorias de Meleto. A su vez, un factor que debe tenerse en cuenta fue el grado de ambivalencia mostrado por Sócrates hacia su propio destino durante su juicio. De acuerdo con la «Apología de Sócrates» de Platón y los «Recuerdos de Sócrates» de Jenofonte, la petición de piedad típicamente hecha a los jurados atenienses estaba claramente ausente. Era una práctica común apelar a las simpatías de los miembros del jurado presentando esposas e hijos; pero ni su esposa Jantipa ni ninguno de sus tres hijos hicieron una aparición personal. Por el contrario, Sócrates, según Platón, sostiene que la práctica poco varonil y patética de pedir clemencia deshonra el sistema de justicia de Atenas.
Sin embargo, la mayéutica que usaba con sus discípulos no le valió en su propio juicio. De los 500 miembros del jurado, 280 le condenaron. Solo quedaba decidir la pena y Meleto insistió en su ejecución.
En respuesta al castigo de muerte propuesto por los acusadores, Sócrates propone audazmente al jurado que sea recompensado, no castigado. Según Platón, Sócrates le pide al jurado comidas gratuitas en el pritaneo, un comedor público en el centro de Atenas. Sócrates debió saber que su «castigo» propuesto enfurecería al jurado, y que actúa más como un picador tratando de enfurecer a un toro que como un acusado que intenta aplacar a un jurado. Su propuesta garantizaba que iba a ser rechazada, de alguna forma Sócrates estaba listo para morir.
Al final, unos 320 ciudadanos votaron por la pena máxima.
EL FATÍDICO FINAL
Según Platón en el «Fedón», generalmente se atribuye la muerte de Sócrates al envenenamiento con cicuta común. Su parálisis centrípeta progresiva es característica de este veneno. Si bien es cierto que se dice que Sócrates tuvo una pérdida notable de sensación que se extendía desde los pies, lo cual no es una característica de la intoxicación por cicuta, y parece que tampoco tuvo el sabor desagradable o los efectos gastrointestinales comunes de este veneno. Después de justificarse a morir ante los presentes, donde Platón no estaba entre ellos, dejó claro que no quería que sus hijos se convirtieran en hombre banales y sin provecho.
Se sugiere que Platón dio una versión modificada de la muerte de Sócrates por razones políticas y para describir una muerte más «noble» de su maestro.
Es interesante saber también que las cárceles de Atenas no eran inexpugnables, y Sócrates tenía muchos partidarios y aliados en familias poderosas. Si hubiera querido, Sócrates podría haber escapado, incluso al final.
Era poco probable que esto sucediera, pero vale la pena apreciar porque. Sócrates no quería convertirse en un exiliado por razones prácticas (edad). Pero también hay un punto filosófico. La intención y la voluntad importan. Sócrates claramente quería morir como lo ordenó la corte al servicio de ciertos ideales. Esto fue, en cierto sentido, fatalismo.
LAS CONSECUENCIAS DE DESTACAR
Si Sócrates no hubiera cultivado una imagen que fuera tan dramáticamente fuera de lo común; si no hubiera tomado un grupo de devotos seguidores jóvenes, además de algunas acciones que eran profundamente contrarias a los intereses y deseos de sus compañeros atenienses; si se hubiera defendido activamente en lugar de confiar en la lógica filosófica y el principio abstracto; si hubiera elegido negociar para evitar la pena de muerte; y si hubiera escapado de la prisión en lugar de aceptar y esperar el final, en cualquiera de estos casos, Sócrates habría evitado la muerte.
Pero no habría sido recordado. No habría sido un visionario. Su memoria no habría sido apreciada y frecuentemente invocada y mantenida actualmente.
Sócrates fue un gran hombre condenado por dos cargos desafortunados y, como resultado, condenado a muerte. La responsabilidad de la muerte de Sócrates es atribuible a las decisiones que tomó y las posturas que adoptó. Sócrates no merecía morir. Pero tampoco tenía que hacerlo. Cuando llegó el momento y la elección fue suya, Sócrates decidió un camino y se aseguró de que se siguiera. Su muerte proporcionó el cierre del mito de la creación de la filosofía.
Si el precio a pagar por lo que hizo Sócrates es asumible o no ya queda en el criterio de cada uno como individuo. Si bien Sócrates no eligió nacer en este mundo, al igual que todos nosotros, si que vivió y murió como él consideraba, y eso es algo que Atenas y sus enemigos nunca pudieron arrebatarle.